martes, 4 de septiembre de 2012

La "digitalización" de las librerías, una asignatura pendiente pero, ¿suficiente?




“Si las librerías quieren tener un “papel” en la era digital van a tener que reinventar la manera en que ayudan a descubrir y vender libros a los lectores”. Con estas palabras comienza Javier Celaya “La digitalización de las librerías”, su último artículo aparecido en el portal dosdoce.com y en el que analiza el papel que los puntos de venta tradicionales deben asumir ante la realidad de un mercado cambiante.

Celaya, socio-fundador de este portal cultural, ha desarrollado durante los últimos años su carrera profesional en el mundo de la comunicación y las nuevas tecnologías colaborando en numerosos proyectos de formación y divulgación, de ahí que sea una voz más que autorizada a la hora de analizar la situación de un sector que arrastra, como explica en este artículo, múltiples problemas que se remontan a una fecha anterior a la llegada de la actual crisis económica, pero que se han visto agudizados en la era de Internet.

Así, tras recordar cómo la revolución de Gutenberg transformó radicalmente la manera de producir y comercializar los libros y después de tantear sucintamente el actual escenario, pronto surge, inevitable, la pregunta: “¿de verdad se piensa que las librerías pueden mantener su mismo papel en el siglo XXI?” Para Celaya, como para otros, tal Manuel Gil, al que cita, la respuesta es clara: No. De hecho, este último, si ya hace algunas semanas escribía en su blog Antinomias Libro que las librerías “están abiertamente ante una crisis que compromete seriamente su futuro”, y apuntaba a la “descomunal sobreproducción del libro y el acortamiento del ciclo de vida de los productos” junto al “desmesurado volumen comercial que queda al margen del canal”, entre las principales causas de la actual insostenibilidad del sistema, en la última entrada, con la que recibe el nuevo curso, su mirada hacia el sector en general es todavía más sombría: “Volvemos de vacaciones y nos encontramos con un paisaje ciertamente desolador. La situación ha empeorado alarmantemente en estos últimos meses. Las liquidaciones que llegan a los editores son cifras que invitan a la indigencia, cuando no al cierre.”

“Las librerías –por seguir con las reflexiones del autor de El papel de la comunicación en la promoción del libro o  El uso de las tecnologías Web 2.0 en entidades culturales- están obligadas a asumir, lo antes posible, que deben digitalizar los procesos de descubrimiento y compra de libros en sus propias tiendas físicas”.  La digitalización se alza, así, como la única alternativa para afrontar los nuevos hábitos de lectura y de acceso a la información y, de este modo, de entre las múltiples tecnologías de última generación disponibles, este experto recomienda a las librerías tres posibilidades que pueden contribuir a esa necesaria modernización que reclama. Se trata del “turismo de librerías”, las pantallas táctiles y la lectura compartida o “social”.

La primera de las tres herramientas permite al lector, como reza explícitamente el epígrafe alusivo, descubrir offline, mientras compra on line, aludiendo de este modo a esa nueva forma de interacción que supone el que un lector descubra, por ejemplo, una obra en una librería física –que la fotografíe incluso- pero tome la decisión a posteriori, frente a la pantalla de su ordenador. La rápida implantación de todo tipo de dispositivos inteligentes facilita el que alguien se puede descargar cómodamente el primer capítulo del libro que acaba de descubrir para ver si le engancha, leer los comentarios de anteriores lectores, comprobar si alguno de sus amigos en las redes sociales ha hecho algún tipo de comentario sobre este libro, etc. En este caso, la librería, pese a la gran inversión que supone actuar como escaparate, puede perder la venta de no ofrecer “in situ al lector la posibilidad de comprar la versión digital de los libros que está descubriendo en ese mismo momento”. "En vez de fotografiar la portada –sugiere Celaya- la librería debería ofrecer a los lectores la posibilidad de escanear un código QR o el ISBN que les permitirá acceder a contenidos extra sobre el libro”. Asimismo, si “lo que quiere es adquirir la versión electrónica de ese libro que acaba de descubrir en papel, la librería debería ofrecerle en ese mismo momento la posibilidad de comprar la versión digital con el descuento apropiado”.

La segunda directriz pasa por “incorporar la tecnología táctil en las mesas de novedades”. “Tocar” los contenidos de un libro en la era digital comporta –hojeando sus páginas, disfrutando de sus imágenes, etc-  “interactuar o adentrarse en lo que estamos descubriendo”. En definitiva, le permite al lector vivir “una nueva experiencia en la propia tienda con el fin de estimular su decisión de compra”, algo que, dada la continua huída de los lectores de las librerías físicas -de "éxodo brutal" califica en su post a este fenómeno Gil-, puede resultar un más que necesario aliciente.

Por último, Celaya propone en este artículo y ante la dificultad de conocer el perfil de la mayoría de las personas que entran en sus tiendas, tomar medidas para que las librerías físicas dejen de estar “ciegas” en la sociedad digital. “El conocimiento directo de tu cliente y su comportamiento en el proceso de compra –explica-, así como la capacidad de analizar qué uso hace del producto comprado” son el verdadero valor añadido que aporta Internet, de ahí que no sea en absoluto desdeñable tomar buena nota de qué supone el  concepto de lectura compartida. Así, el librero podrá acceder de una forma hasta ahora sin precedentes a información muy valiosa acerca del comportamiento y grado de satisfacción reales del lector analizando qué lee, cómo lo lee, con quién lo comparte…

En definitiva, para uno de los creadores de la red social Entrelectores, donde los usuarios pueden opinar, compartir o valorar cualquier libro o autor,  “las librerías tienen que reordenar la mesa de novedades para cada cliente, poniendo a la vista libros por los que anteriormente había expresado interés o recomendando libros siguiendo su historial de compra y lectura”, una política que si bien algunos establecimientos han comenzado a aplicar, todavía de manera general se hace a a un ritmo demasiado lento y sin la audacia y el convencimiento necesarios.

Afrontar con determinación este reto no parece una tarea sencilla y menos tener que garantizar la viabilidad de los negocios en plena crisis, cuando además, a muchos de los profesionales del ramo, que tan buenos servicios han prestado durante décadas a sus clientes, este tipo de tecnologías y estrategias pueden resultarle todavía, por nuevas y por su carácter transgresor respecto al concepto tradicional, sumamente exóticas.

Pero, parece inevitable. Si a los problemas expuestos, añadimos, como Gil menciona en uno de los textos arriba citados, los escasos márgenes que la librería española arrastra históricamente, y que él sitúa hasta siete puntos por debajo de los cánones franceses-, o el derrumbe de las adquisiciones por parte de instituciones públicas para las bibliotecas, entre otros factores, no cabe duda de que el debate trasciende la cacareada discordia entre libro impreso y electrónico. Es más, como este último sostiene, “la crisis de las librerías lleva implícita la crisis de la distribución y la de los editores”. Lo que combinado por el perfil que dibuja Celaya, nos ofrece una idea de la necesidad de refundir un sector sin que, por otra parte, se agrande aún más la brecha que separa a los cada vez más poderosos grupos y cadenas de aquellos editores y libreros que apuestan por una independencia –con todo lo que ello supone- que no les condene a instalarse en la pura –y, antes que tarde, inasumible- marginalidad.

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