jueves, 24 de enero de 2013

Ginger Ape Books rescata con la edición de ‘Historias de asesinos, tahúres, daifas, borrachos, neuróticas y poetas’ la obra del polémico escritor Luis Antón del Olmet



Historias de asesinos, tahúres, daifas, borrachos, neuróticas y poetas.
Autor: Luis Antón del Olmet.
Edición y estudio introductorio: Rubén López Conde.
Ginger Ape Books&Films. Col: Thompson&Thompson.
Formato: Rústica fresada sin solapas. 13 x 19’5 cm.
242 páginas.
PVP: 12’5€.
Fecha de publicación: noviembre de 2012

La literatura española de principios del siglo XX está repleta de personajes extraordinarios, criaturas novelescas –incluso noveladas– a las que la posteridad no siempre ha tratado con justicia, quedando sus obras sepultadas  bajo la montaña de anécdotas, chascarrillos y leyendas que se alzaron como una polvareda nada más caer su cuerpo sin vida sobre la lona.

Una de esas figuras –y el símil pugilístico en este caso no resulta nada forzado– fue el prolífico periodista y escritor bilbaíno Luis Antón del Olmet, emblemático representante de la vida literaria del primer tercio de siglo, cuyo “teatral” asesinato a manos de un joven autor anarquista en marzo de 1923, en lo que supuso uno de los grandes escándalos del mundillo artístico de su tiempo, terminaría devorando a quien ya en su tiempo llegaría a ser alabado por contemporáneos tan representativos como Gómez de la Serna o Manuel Machado.

El episodio, tantas veces recreado, a veces incluso al fondo de una descarnada semblanza, que no podemos tildar en cualquier de exagerada, como la que dibujó aquel otro singularísimo personaje que fue Pedro Luis de Gálvez –cuya memoria revitalizó Juan Manuel de Prada al convertirlo en protagonista de Las máscaras de héroe– , reunía todos los ingredientes para relegar la obra del menos afortunado de los protagonistas. La fecha, el 2 de marzo de 1923; el escenario, el saloncillo del Teatro Eslava de Madrid; la situación, el ensayo de la última obra teatral de la víctima, El capitán sin alma; el asesino, el joven colaborador de Olmet, el bohemio Alfonso Vidal y Planas; el motivo, desconocido y, por lo tanto, sujeto a las más morbosas lucubraciones.

Luis Antón del Olmet había destacado especialmente como periodista dirigiendo publicaciones tan importantes de su época como El Debate, El Parlamentario o la Revista Política, Parlamentaria y Financiera al tiempo que colaboraba, poniendo su pluma siempre al servicio del mejor postor, en los principales periódicos y revistas españoles. De su elasticidad política da cuenta una carrera de trepador profesional en las que se sirvió del chantaje, la extorsión, el soborno, la amenaza y la manipulación como un mecánico haría de la llave inglesa, el destornillador o los alicates. Eran sus armas de trabajo y Olmet siempre estuvo dispuesto a perfeccionar su arte aprendiendo a dar un nuevo golpe bajo. “El ideal de Antón del Olmet: el del billete grande”, que dijo Pedro Luis de Gálvez. El redomado sablista fue de este modo fundador del movimiento agrarista y anticaciquil Acción Gallega, diputado a Cortes por Almería con el Partido Conservador y casi consiguió serlo también representando en este caso a las izquierdas por el distrito de Verín. Germanófilo, primero y más tarde, cuando vinieron mal dadas, germanófilo, en su honor hay que decir que no sólo practicó un burdo maquiavelismo sino que él mismo se jugó el tipo en diversas ocasiones enviando padrinos en diversos lances. Aunque siempre nos quedará la duda razonable de si no tendría don Pedro Luis, quien lo conocía sobradamente, razón cuando dijo que siempre que el sujeto a zaherir no fuera un “tío de redaños”.

Con todos estos mimbres tal vez no tuviera que resultar extraño que, fuera por celos, despecho o por el afán de saldar una antigua deuda, acaso sentimental, el pistoletazo con que el inestable Vidal y Planas acabó con su atrabiliaria vida, no sólo pareciera dirigido a truncar la carrera de aquel hombre de 37 años, sino que supusiera el natural corolario a una vida digna de ser mil y una veces contada pero en la que fue abriéndose paso al precio de sembrar el camino de enemigos. Sin embargo, el caso es que a diferencia de otros tantos bohemios, como algunos escasos estudiosos han apuntado –es el caso  de Rafael Urbina o Sánchez Álvarez-Insúa– y como en fecha reciente el escritor y crítico José Luis García Martín nos recordaba, su obra no fue una anécdota más en una vida llena de ellas.

Y así lo confirma el volumen que la joven editorial andaluza Ginger Ape Books&Films nos acaba de presentar y que recoge una sobresaliente compilación de relatos breves aparecida en 1913 bajo el título original –en la presente edición parcialmente amputado– de Espejo de los humildes. Historias de asesinos, tahúres, daifas, borrachos, neuróticas y poetas, zurcidas para estímulo de probos y castigo de bellacos. En este volumen podremos encontrar la evidencia de que Olmet, no sólo fue, en palabras de Rubén L. Conde, responsable de la edición y autor del estudio introductorio, “un hampón de rompe y rasga, corrupto, pérfido y bronquista, rebajado por la fuerza superior de su genio turbulento a personaje central de un folletín de tintes siniestros”, sino además de todo lo anterior, un excelente escritor.

 Historias de asesinos, tahúres, daifas, borrachos, neuróticas y poetas, selección de cinco relatos o novelas cortas (no le sentaría mal para el caso el término “novella” que utilizan los italianos) que aparecieron por primera vez, entre 1910 y 1912, en aquellas imprescindibles revistas que fueron El Cuento Semanal y Los Contemporáneos, nos sitúa ante un escritor que vuelca en el terreno de la ficción todo el genio y la mordacidad que aplicaba a sus escritos polémicos, con preferencia naturalmente por el libelo, pero dispensando con igual maestría unas dosis de ternura y manejo de las emociones, que sólo pueden denotar el extraordinario conocimiento que del alma humana tenía quien apenas contaba por entonces con veintitantos años.

El dominio de una prosa de resonancias castizas y ecos en ocasiones marcadamente modernistas o la sensibilidad que vuelca hacia las clases desheredas, esa profunda humanidad que emerge de un hombre cuya fachada exterior no presenta ninguna grieta ni pareciera ser permeable al sentimentalismo, también destacan sobremanera de este conjunto heterogéneo –se ha dicho incluso que demasiado, achacándole una ausencia de personalidad propia, juicio al menos discutible–, pero es con igual justicia en la gestión del tempo narrativo y en la absorción que realiza de los principales movimientos literarios de su tiempo donde nos encontramos con un escritor en plena posesión del oficio.

Los terrores de la adolescencia en la atmósfera opresiva de un internado religioso, la dostoievskiana angustia del criminal, el lesbianismo latente entre dos jovencitas de la buena sociedad, o el tema del honor recreado en un ambiente gallego, son algunos de los motivos que un Olmet  “de pluma ágil y bravía, de prosa limpia, castiza y feraz”, en palabras de nuevo de Rubén L. Conde,  aborda en un conjunto del que destaca, por su pintoresquismo e irresistible hilaridad el relato “La verdad en la ilusión”, en el que valiéndose, en versión castiza, del fértil género de la distopía –parodiando, por tanto  al William Morris de Noticias de ninguna parte y adelantándose a la celebérrima novela de Huxley–, el personaje protagonista, trasunto del  autor teletransportado a un tecnificado porvenir, nos presenta su sarcástica visión de un tiempo avistado que no es más que la caricatura de un presente al que, con todos sus defectos y males, no quiere ni por asomo renunciar: un presente de hombres con nombre y apellidos en vez de números, de tormentas que se presentan sin avisar y que nos obligan a resguardarnos en el primer cafetín, de duros en los bolsillos, de boquerores y amontillado, de mujeres voluptuosas…

 “–Entonces, ¿cómo hacen ustedes el amor?
–Lícitamente. Nos acercamos a una mujer y le decimos: «Señorita, ¿se prestaría usted a tener conmigo un hijo varón, rubio, de ojos azules que llegue a ser, andando el tiempo, un gran matemático?»
–¿Y es posible anticipar esos detalles?
–Por completo. Admirables aparatos quirúrgicos, modernos rayos X de una potencia insospechada, sabias recetas, una verdadera esclavitud ejercida sobre el espermatozoide, lo previene todo, lo dispone todo. Precisamente ayer, por capricho, engendré un médico ilustre, un ingeniero eminente y un gran historiador.
–Lo felicito a usted, caramba. Yo me hubiera limitado a engendrar uno sólo, y para eso, ignorando si me saldría torero o sacristán”.

Cuando la recuperación de algunos de los agraviados por la historia oficial de la literatura parece abrirse paso de la mano, especialmente, de algunos pequeños sellos independientes, no podemos juzgar sino de atinadísima la iniciativa, para estímulo de probos y castigo de bellacos, de recuperar a este clásico olvidado de nuestras letras.

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