domingo, 13 de enero de 2013

Kepa Murua: “No cambio ninguna coma de lo que escribí, pues este es un trabajo literario sin más, como otro cualquiera, aunque muchos no lo comprenderán y me llevará, lo más seguro, a la soledad más extrema”

“Al principio era el nombre. Esa frase resuena todavía en mis oídos como una pequeña jugarreta del azar. Comenzar con uno de resonancias literarias como «Bassarai», en honor de las bassarides o bacantes tracias que dieron muerte a Orfeo. 
Un proyecto que no sabemos cuánto durará”.
Así se inicia, un 1 de enero de 1996, el diario profesional de Kepa Murua y, consecuentemente, la primera parte (titulada Los pasos inciertos) de las Memorias de un poeta metido a editor publicada por Milrazones y en la que se recogen los apuntes correspondientes a aproximadamente –hoy ya sabemos por desgracia cuánto duró– la mitad de los quince años de vida de la editorial vasca dirigida por este poeta y ensayista nacido –pese a seguir siendo un “joven de edad indeterminada”, como leemos en el prólogo– hace cincuenta años en Zarautz.

Bassarai fue uno de esos proyectos “suicidas” que arrastrando una mala salud de hierro a lo largo de su intensa singladura consiguió, casi siempre a contrarriente y luchando contra las inexorables leyes de la industria cultural, publicar más de 160 libros de decenas de autores que conformaron un catálogo personalísimo e innegociable de las letras contemporáneas.

Cuando se hizo público el cierre de la editorial, el autor de Siempre conté diez y nunca apareciste o Cavando la tierra con tus sueños –que también, por cierto, ha publicado en los últimos meses su hasta la fecha último (y extenso) libro de poemas, Escribir la distancia, dejó escrito: “Quedan la mirada que compartimos y las palabras que escribimos si las páginas que leemos pasan de unas manos a otras”. Pero, en realidad, quien también se dispone próximamente a publicar su primera novela, nos dejaba mucho más, incluyendo unas memorias que el prologuista del volumen, Javier Menéndez Llamazares, define acertadamente como un “pedazo palpitante de vida” y a las que el propio Murua se ha referido recientemente como “un documento vivo sobre una época concreta”.

El periodo en cuestión atraviesa los años que van de 1996 a 2004, lo que nos permite aproximarnos a una convulsa etapa de la vida vasca y española marcada por la amenaza terrorista –no podemos olvidar, a este respecto, que el euskaldún Murua monta una editorial en castellano en ese turbulento Euskadi–, y que coincide, además, con carácter general con la eclosión de herramientas como internet, a la que el editor, sin perder por este motivo su concepción “tradicional” del oficio, sabrá sacar partido, como pone de manifiesto su apuesta por la creación de la revista digital Espacio Luke.

Pero, son sin duda, sus reflexiones, visceralmente lúcidas a pesar de que puedan resultar en ocasiones no ya sólo incisivas o implacables sino violentas, sobre la edición y sobre el mundo literario, y que se entreveran con sus apuntes, los hay hermosísimos, de índole más biográfica (manteniendo a buen recaudo su intimidad) los que centran estas memorias. En este sentido, la condición de “poeta metido a editor” de Kepa Murua les añade un interés suplementario, al combinarse entre sus páginas la crónica pormenorizada de la evolución del sello con fragmentos de poética, perfiles no siempre amables de algunos de los nombres propios de la vida literaria de aquel tiempo y retazos de actualidad.

Pero, antes de seguir desgranando qué podrá encontrar el lector, si es que ya no lo ha hecho, en Los pasos inciertos, mejor será que nos lo cuente su protagonista.

Kepa Murua (Zarautz, 1962).
EL LIBRÓFAGO.- ¿Cuánto se ha callado Kepa Murua en estas memorias? ¿Ha sentido la tentación, pensando en su edición, de retocarlas, añadiendo o quitando algo?
KEPA MURUA.- Lo pensé, pero no lo hice. Con la corrección del libro sentí una punzada en muchas de las entradas, pero preferí mantener el ritmo y la pureza de lo escrito en su momento.

E.L.- Su condición de poeta metido a editor resulta el elemento central para entender la atmósfera espiritual del libro. Nunca parece sentirse del todo “poeta y editor”, sino más bien “poeta pero también…”. Se percibe que la de editor es una segunda o tercera piel, nunca la más importante. ¿Hasta qué punto puede llegar a separar los dos campos o es capaz igualmente de extraer lecturas provechosas de uno que puede aplicar al otro? Por ejemplo, imagino que su condición de autor le podía resultar útil a la hora de tratar en calidad de “empresario” con otros autores. Aunque no sé si esto es siempre una ventaja o puede incluso llegar a resultar un lastre suplementario por exceso de empatía.
K.M.- Los pasos inciertos son las memorias de un poeta metido a editor. En esta primera parte que va de 1996 hasta 2004 se observa el aprendizaje del oficio por parte de un poeta que no abandona su creación. Siempre pensé por lo demás, que el equilibro, o si se me permite, la maravillosa esquizofrenia entre el editor y el poeta, podrían convivir, pues tanto el mundo de la edición como el de la poesía se daban la mano perfectamente en mi trabajo. En cuanto a la relación con otros autores es evidente que era capaz de ponerme en su lugar y comprender sus planteamientos o intereses, aunque fueran en contra de los intereses del editor. Aceptarlos ya era otra cosa. En cualquier caso, prefería hablar con ellos mirándonos a los ojos.

E.L.- ¿En lo que más se parecen la poesía y la edición es en que son carreras de fondo, en que sólo el que resiste vence?
K.M.- Puede ser. Tratándose de la edición más literaria, otro rasgo en el que coinciden es en la soledad de sus protagonistas.

E.L.- No sé si la soledad del editor es aún más cruda que la del poeta. En cierto modo a este último se le presupone casi como una condición necesaria: ese hablar de soledad a soledad. Pero el primero está rodeado siempre de otros: escritores, traductores, libreros, distribuidores, críticos, periodistas, lectores, a los que se dirige y de los que depende. Por su aspecto nadie lo diría, ¿pero el editor joven, si es insumiso, envejece pronto?
K.M.-A los insumisos los metían una temporada en la cárcel, pues las leyes en aquellos años eran diferentes a las de hoy. Un editor joven, insumiso, a contracorriente, si quiere seguir adelante ha de cambiar su mirada y su manera de actuar, y debe amoldarse a menudo a un mundo literario y empresarial cambiante. Eso de insumiso queda bien para los editores más mayores que quieren parecer más jóvenes.

E.L.- ¿Cuántas veces sintió su trabajo como editor como un obstáculo para su literatura y en qué casos, por el contrario, tuvo la sensación de que ese contacto profesional con otros autores y literaturas le enriquecía de cara a su creación?
K.M.- Es evidente que a la gente de la cultura y de los medios no les gustan los editores que son poetas. Parecían decir: o una cosa u otra. En mi caso, a menudo pude ver cómo la figura del editor eclipsaba a la del poeta, y cómo el tiempo dedicado a la edición restaba presencia a mi propia literatura, aunque este hecho no lo viví como un drama, sino como una realidad que se imponía por sí sola. Como editor también accedí a otra realidad enriquecedora y pude conocer otros textos, otras maneras de traducir la literatura por ejemplo, incluso otro tipo de realidades y experiencias que no hubiera conocido si solo hubiera sido un poeta.

E.L.- ¿Qué le cuesta más a un poeta metido a editor? ¿Escribir un buen libro de poemas o vender un buen libro de poemas?
K.M.- A estas alturas soy capaz de vender un libro en poco tiempo, solo necesito que el cliente me conceda unos segundos. Pero a nivel general, si hacemos caso a las necesidades del mercado, parece más fácil vender un mal libro que un buen libro. Sea lo que sea, no deberíamos olvidar que todo comienza en la creación, que escribir un buen libro no está a la orden del día y que tampoco lo saben hacer muchos de los que dicen ser escritores. En todo caso, hay que ser serios con estas cuestiones: escribir un buen libro es costoso, tanto como editarlo y venderlo.

E.L.- ¿Son la falta de humildad, la vanidad, la envidia, los brillos falsos, lo que caracteriza a buena parte de la élite cultural española? ¿Y si en el fondo todos lo saben, por qué tan pocos dicen nada? Al fin y al cabo, si los intelectuales de este país, como dice en algún momento, no son muy inteligentes, no costaría tanto bajarlos de sus poltronas, ¿no?
K.M.- Bueno, no me quiero extender mucho en este asunto porque creo que en mis memorias me mojo demasiado. Lo que constato es que por lo general se repiten los nombres que aparecían hace unos veinte años. En cuando a lo de los intelectuales deberíamos hablar con propiedad en todos los sentidos, aunque algunos de los más interesantes parece que no quieren abrir la boca en estos momentos o no lo hacen con un altavoz público o mediático de por medio.

E.L.- “Somos y seremos unos parásitos, pero nunca unos funcionarios”. Y dos años después: “La ecuación es la siguiente: editar con uñas, arriesgar y limar las palabras con dientes. El problema, como siempre, es la soledad al fondo”. ¿Puede una editorial subsistir sin “influencias”, sin hacer concesiones políticas o mercantilistas, sin padrinos, apostando única y exclusivamente por valores literarios? ¿Me anticipo demasiado a su respuesta si digo que puede subsistir exactamente quince años?
K.M.- Me atrevo a decir que solo podría durar hasta que acabe su ciclo.

E.L.- ¿Hay en España tanto “editor fantasma” como sostiene en algunas de sus primeras anotaciones? Le pediría que me desarrollara un poco más este concepto, que me explicara cuáles son esas “trampas” que tantos editores, según asegura, suelen utilizar de manera casi rutinaria.
K.M.- No hay que ser muy imaginativo para darse cuenta de lo que hablo. Lo que sí quiero decir es que, pese a todas esas trampas, el editor es necesario.

Algunos de los títulos publicados por la editorial Bassarai.
E.L.- Se palpa a lo largo de las memorias una aversión profunda hacia los cenáculos literarios, las camarillas, los “amigos de los amigos”, de todos aquellos grupos que de algún modo copan la atención mayoritaria de medios y lectores. El fresco que pinta resulta desolador. Habla de la literatura española como de una “literatura prostituida”, de “vulgar repetición”, de “basura con buenos modales”. Como lectores tenemos la sospecha de que lo extraliterario juega un papel fundamental, leyendo a algunos de los grandes escritores de tiempos pasados no faltan testimonios que lo atestigüen y, sin duda, antes de meterse a editor usted ya debía figurarse algo. Pero cuando decidió emprender la aventura de Bassarai, ¿podía prever que hasta el extremo del que deja constancia en estas memorias?
K.M.- Fundé una editorial como Bassarai porque no existía una infraestructura cercana para los autores, especialmente vascos, donde pudieran crecer como escritores con textos interesantes. Lo hice por una necesidad de impulsar un relevo generacional, y para que se conociese a una serie de poetas europeos que eran desconocidos en España. La idea me perseguía desde 1995, pero luego la empresa se fue complicando y me atreví con auténticas rarezas que dieron que hablar en el campo de la literatura. En todo caso, fue una aventura donde aprendí de literatura, de edición, de política y de economía mientras pensaba que el mundo podía transformarse con la poesía o con el arte. Fui un ingenuo, lo sé, pero también en este sentido aprendí rápido.

E.L.- Se percibe que conforme avanza uno en la lectura de sus memorias va haciéndose más ostensible su distanciamiento de la cultura oficial dominante, sea la vasca o la española. Se siente un “extranjero” y me da la impresión de que el tono se suaviza con el paso de los meses y las páginas, como si se hubiera acostumbrado a vivir en el túnel y le invadiera cierta resignación. Sigue luchando pero no sé si mantiene la fe o es la forma que ha adoptado la inercia. Hay una frase de 2003 que creo concentra esta impresión: “Quién me llamaría a mí para iluminar el entierro”.
K.M.- Sigo considerándome un escritor al cobijo de la poesía. Dicen de mí que soy un solitario, incluso un raro, pero no es verdad. Creo que soy una persona educada y amable. Pero es verdad que en España me ven como un poeta vasco y en Euskadi como un poeta español, yo no me considero más que un escritor o un poeta con una mirada, posiblemente, diferente a la mayoría. Es que la mayoría, aún pareciendo que tiene razón, es muy aburrida.

E.L.- A priori, algún lector podría acercarse a Los pasos inciertos con la certidumbre de que la política va a jugar un papel relevante. Y si bien es cierto que es un asunto que sobrevuela el diario, que condiciona su labor editorial y sobre el que puntualmente se detiene, ya sea por motivos de índole literaria o al socaire de la actualidad, no llega en ningún caso a ocupar un lugar ni mucho menos central. ¿Hasta qué punto esta omisión obedece a que se trata de un tema que se sale del propósito que se ha marcado con este dietario, o bien al hecho de que ni siquiera entonces consideraba esta vivencia política como una cuestión digna de relegar a otras que le concernían más hondamente?
K.M.- Los pasos inciertos, como su nombre indica, son los pasos primeros de un editor en una suerte de diario muy personal en el que se mezcla el oficio de editor con el oficio de poeta. Una suerte de vida novelada donde me detengo en pasajes de mi biografía salpicada con opiniones sobre el mundo del libro, con algunos análisis del mundo editorial, con apuntes sobre la situación política o económica actual. Son situaciones donde reflexiono sobre lo que me acontece y opino sobre lo que observo, leo y siento. Es evidente que las pinceladas políticas están ahí, pues apuntalan la realidad del momento, pero, aunque se mete la vida de por medio, intuía que debía hablar de poesía y edición.

E.L.- Sin embargo, Javier Menéndez Llamazares en su, por otra parte, estupendo prólogo, llega a decir: “Si alguna vez la edición ha sido un acto de heroísmo, Murua se ha ganado un poco de medallas”. Quisiera que me contara un poco más que le supuso en el plano personal crear una editorial en castellano desde el País Vasco, en años muy duros, y cómo afectó también este hecho a la propia vida de la editorial. ¿Qué puertas le abrieron y cuáles se le cerraron por este hecho?
K.M.- No creo que hoy tenga importancia, son cosas que suceden y que han de vivirse con entereza. No me considero un héroe ni nada por el estilo, fui un ciudadano que intentó ser libre en una sociedad muy condicionada. Creo que el miedo no debería paralizar lo que uno siente que debe hacer o decir. Para entendernos mejor, podría recordar una anécdota: cuando publiqué en el año 2000 mi libro Un lugar por nosotros, mucha gente que me saludaba, dejó de saludarme, y otra gente que apenas me conocía, comenzó a hacerme un poco más de caso. Entre medio, algunos lectores se acercaban a Bassarai en silencio; y así como muchos no entendían que siendo euskaldún escribiera y editara en español, a otros les sorprendía y les parecía bien.

E.L.- Sobre este punto en concreto hay una anotación que me ha resultado especialmente impactante. Es de noviembre de 2001 y viene al final de un pasaje en el que se hablaba de la situación de esas personas obligadas en aquel tiempo a llevar escolta. Dice: “No puedo olvidar lo que entre todos estamos haciendo en el País Vasco”. ¿Se siente de algún modo liberado con el rumbo que al final han tomado los acontecimientos en los últimos tiempos? ¿Están cicatrizando convenientemente las heridas?
K.M.- La realidad del País Vasco en los últimos años es responsabilidad de todos, pero especialmente de los ciudadanos vascos. Cada uno debería interrogarse sobre su manera de comportarse o de responder a la violencia que dejamos que existiera tantos años entre todos. Hoy parece que hemos superado una etapa negra, pero así como existen las cicatrices, la realidad actual podría olvidar a las víctimas en aras de un repentino olvido que no señalará a casi nadie. Me imagino que ahora la confusión política pasará al mundo de las palabras, a la interpretación que se haga de la historia. Pero las palabras se pueden malinterpretar y, además, hay muchos aún que no tienen claro quiénes fueron los violentos o quiénes son los verdaderos perdedores de esta batalla que no tiene nada que ver con el mundo de las ideas. Me imagino por último que necesitaremos cierto tiempo para cambiar nuestra mirada y nuestros gestos, así como para crear un espacio común entre todos donde las diferentes sensibilidades se sientan representadas.

E.L.- La relación con los medios ocupa muchas de sus reflexiones. De modo general, va anotando cómo sus libros caen en la indiferencia. Llega a decir que para ellos parece que no existen y en ocasiones habla incluso de “boicot”. Viéndolo en perspectiva, ¿a qué lo achaca? ¿Es complicidad con el statu quo, sumisión a los grandes grupos, simple ignorancia, de todo un poco…?
K.M.- De todo un poco. No obstante, frente a la novedad, la crítica suele mirar para otro lado. En cuanto a los medios, no nos engañemos, apuestan por lo consagrado y se supeditan a sus intereses. Hablar de medios públicos o neutrales en material cultural es de ilusos. La consecuencia de esta realidad compleja es que casi todo lo que se define como cultura se ha convertido en propaganda. Una, llamémosle, publicidad indirecta que tapa lo que de verdad puede tener interés o al menos, puede ser original o diferente.

E.L.-Qué difícil debe de resultar “disfrutar del momento”, como a veces escribe, cuando las deudas y otros sinsabores lo acosan a uno. Dice en un momento dado del tercer año de este diario: “sigo trabajando como un perro y no tengo dinero”. ¿Cuántas veces pensó en arrojar la toalla? ¿Hay algún momento en particular que recuerde en el que se dijo “hasta aquí”, antes de volver a levantarse, para “cargado de soledad y hastío”, intentar llegar a buen puerto?
K.M.- Recuerdo un día que iba en coche a una presentación de un libro y en la cuenta no había más que 5 000 pesetas. Esa fue la primera vez que fui consciente de que estaba arruinado y no iba a poder pagar las facturas pendientes. Otro caso donde se aprende lo que es la vida del libro es cuando una distribuidora cierra sin más dejándote en la estacada sin poder reaccionar a tiempo.

E.L.- Dice usted de su libro Siempre conté diez y nunca apareciste: “creo que es de lo mejor que se ha escrito –o mejor dicho, publicad– en poesía durante tiempo. Pocos han trabajado su voz como yo en silencio…”. No escasean los elogios a sus propios textos en estas memorias ni los “reproches” a unos críticos que no lo entienden. Es verdad que de vez en cuando deja constancia de algunas dudas que le asaltan pero parecen ser nubes pasajeras que no llegan a tapar nunca lo que parece una fe inquebrantable en su propia obra. La pregunta es casi innecesaria, pero aún así, la formularé: ¿no teme parecer un endiosado del tipo de aquellos a los que de un modo implacable retrata?
K.M.- La gente que ha leído el libro es en lo que se ha fijado y no ha dejado de repetírmelo. Se ve que puedo ser humilde y vanidoso a la vez y que proyecto una imagen en la que el peor parado soy yo. Para defenderme, o para decir algo al respecto, diré que creo en lo que escribo. Si uno no cree en lo que hace, es mejor que lo deje. Algo así me pasó con Bassarai, sé que finalmente venció el escritor al editor, pero el editor del año 2011 no creía en las mismas cosas que el editor que fui en 1996 o en 2004. Yo, a pesar de lo que puede parecer, quería mi oficio. En estas memorias se ve cómo un autor concibe su proceso creativo y cómo se define como escritor editor. Los pasos inciertos, en este caso, son pasos muy ciertos.

E.L.- Reivindica con frecuencia la figura del poeta como un trabajador más. Como el traductor, sin ir más lejos, y no comprende que haya poetas que por unos euros sean capaces de recitar “como si nada”. Temo que la situación hoy en día sea aún peor que la descrita. ¿Es otra batalla perdida más?
K.M.- Sí, porque la mayoría de los que se dicen poetas no viven en la escritura ni se han preguntado siquiera para qué sirve la poesía.

E.L.- ¿Se siente desmentido por los años en algún punto, respecto al juicio emitido sobre algo o alguien? No le pregunto si se arrepiente, porque no creo que ese sea el ángulo adecuado, sino si desearía poder matizar alguna de las afirmaciones que recogió en su día al calor (y a la verdad) de aquellas vivencias.
K.M.- Ahora mismo, estoy convencido de que ya no veo este oficio como antes y que mis opiniones no son tan radicales como antaño. Es más, ahora mismo podría entender y justificar muchas posturas que criticaba antes. ¿Quiere decir esto que reniego de lo que fui y dije? No, solo quiere decir que mis opiniones hay que situarlas en un contexto del que no puedo abstraerme porque así como he cambiado sé que en el fondo sigo siendo el mismo. Solo que ahora me dejo arrastrar por los acontecimientos que me superan y dejo que la vida fluya sin más en medio de lo que escribo: reflexiono, hablo, respiro y comunico. Ahora mismo podría reconocer que fui demasiado radical y cañero cuando podría pensar, además, que era de los pocos que tenía razón. Y me equivoqué de lleno, aunque al menos, con lo que dije y escribí –por ejemplo, en estas memorias de poeta metido a editor–, con lo que hablé y callé al mismo tiempo, con mi trabajo, con los aciertos y errores en el oficio, tuve también mi razón de ser, aunque muchos no lo acepten y con razón puedan pensar que el equivocado era yo. Yo también lo creo cuando leo y pienso que pude faltar al respeto a algunos escritores y a un puñado de editores. Y sin embargo, no cambio ninguna coma de lo que escribí, pues este es un trabajo literario sin más –como otro cualquiera–, aunque muchos no lo comprenderán y me llevará, lo más seguro, a la soledad más extrema, a la enemistad de los pocos que aún me respetan, al desprecio eterno de los que salen malparados, así como al vacío de aquellos que no salen como les gustaría.

E.L.- ¿Por qué esa prevención a incluir referencias personales, esto es, “deseos carnales” y “vivencias pasionales”, ciñéndose a sus experiencias literarias? ¿Existen acaso unas memorias B? ¿O éstas se encuentran implícitas ya en su propia poesía, por mucho que esta no sea biográfica?
K.M.- Las huellas de estas vivencias se observan en mis libros de poemas. Pero podría decir algo más: las vivencias más personales se plasman en las páginas que corresponden a los años posteriores al 2004. Ya lo dije antes, se me metió la vida en medio.

E.L.- “Perderá tiempo, amigos, dinero…”, escribe que le gustaría poder decirle a un amigo que quiere ser editor. Y sin embargo, si le pregunto me va a responder que si pudiera volver a 1995 volvería a hacerlo, que volvería a montar Bassarai. ¿Por qué? Y no me diga que tras año y medio de abstinencia, ya está pensando en intentarlo de nuevo.
K.M.- Bassarai se cerró porque se acabó un ciclo. Pero así como no puedo volver al pasado, tampoco puedo ni debo renegar de él. Me siento bien por lo demás como escritor, sin la presión ni la imagen del editor. Soy más libre ahora que antes y después de la publicación de este libro no creo que haya por ahí algún editor que quiera contar conmigo para un proyecto literario moderno y nuevo.

E.L.- Siento la curiosidad malsana de preguntarle si en los pocos meses que lleva el libro en la calle ha recibido alguna carta, alguna llamada de alguna de las personas que son aludidas, ya no digo sólo las que puedan haberse sentido agraviadas, sino de aquellas de los que habla en los mejores términos para, en este caso, darle las gracias. Dígame la verdad: ¿le ha retirado alguien el saludo?
K.M.- Sí.


E.L.- Todo parece apuntar a que habrá una segunda entrega de Memorias de un poeta
metido a editor, donde se recogerá el periodo que va del 2004 al 2011. ¿Se sabe para
cuándo?, ¿qué encontraremos?
K.M.- Están escritas, pero no sé si interesarán como parece que sí han interesado estas. En estas segundas memorias considero que el lector puede encontrar más ternura, más vida, más bondad, otra mirada más distante, no tan radical donde el lector se verá rodeado de libros y autores. Por último, quizá se fije también en alguna que otra disculpa dirigida a aquellos que se podrían sentir agraviados en esta primera entrega.



Un editor de referencia.
Giulio Einaudi.

Un libro de Bassarai.
El camino de la serpiente sobre la roca de Torgny Lindgren.

Un libro de Kepa Murua.
Escribir la distancia.

Un libro que le marcó.
Cartas a un joven poeta de Rilke.

Aquel autor que hubiera deseado publicar.
Lobo Antunes.

Aquella primera librería de su infancia.
Papelería Urquía.

Un lugar para leer.
En una terraza cerca del mar.

Un poeta actual al que seguir sí o sí.
Rafael Cadenas.

Un tipo de letra.
Arial.
¿Tiene e-book?
No.

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