martes, 19 de febrero de 2013

Con prólogo de Thomas Mann, Nórdica presenta una de las obras maestras del precursor de la novela gráfica Frans Masereel: 'Mi libro de horas'






Mi libro de horas.
Frans Masereel.
Siruela.
Formato: rústica. 13 x 19 cm.
208 páginas.
PVP: 18 €.
Fecha de publicación: febrero de 2013.

Seis años antes de la aparición de La ciudad –publicada hace unos meses en nuestro país por Nórdica, a quien le debemos una más–, veía la luz, con entusiasta prólogo de Thomas Mann, la que está considerada como una de las obras mayores de Frans Masereel (Blankenberge, Bélgica, 1889-Avignon, Francia, 1972). En Mi libro de horas este brillante artista nacido en el seno de una familia burguesa de Gante, en cuya Facultad de Bellas Artes estudió, e inopinado precursor de la hoy popular novela gráfica, vuelve a servirse de la xilografía, técnica de grabado en madera de longeva y aristocrática descendencia para brindarnos una novela sin palabras que nos sumerge, en palabras de Mann, en un insólito viaje en blanco y negro: “desde la primera en la que un vagón de tren ladeado rugiendo entre humo lleva al héroe a la vida hasta el paseo por las estrellas de un esqueleto al final: ¿Dónde estáis?”.

Junto a la ciudad, “mancha negra, siniestra y hostil, en la que, con su certero trazo blanco da luz al puzle humano que se mueve en la oscuridad” –por utilizar las palabras usadas por el dibujante Paco Roca para referirse al anterior libro, cronológicamente posterior en todo caso–  y a las desigualdades sociales que igualmente atravesaban la citada obra, este casi siempre relegado baluarte del expresionismo cuyo nombre merece parecer con justicia junto a los de Kirchner, Schiele, Grosz, Murnau o Lang se centra ahora en el personaje protagonista, a quien sitúa en el problemático corazón de su tiempo, herida encarnación  de la figura del individuo en la naciente sociedad de masas: triste soledad del hombre rodeado de soledades, camino de perdición, arte deshumanizado, pero al que no le son desconocidas tampoco las alegrías escamoteadas al destino. Entre el espectáculo de la civilización, el autor, un destacado pacifista que trató con frecuencia temas de interés social, halla lugar así para la solidaridad, para el amor que como flor de ciudad, alza su cuello buscando el sol entre la densa niebla.
“¡Oscureced la habitación! –escribirá Mann en su prólogo, aunque de forma similar podían haberlo dicho Stephen Zweig, Hermann Hesse, Romain Rolland o cualquiera de los otros muchos escritores de primera línea que admiraron su obra–. Sentaos aquí, a la lámpara de lectura, con este libro, y dejad que proyecte su foco de luz sobre las imágenes mientras vais pasando hoja por hoja: no demasiado despacio; no pasa nada si no le encontráis el sentido a cada imagen inmediatamente, tampoco es importante en ese otro lugar; dejad que vayan pasando sus figuras en intenso blanco y negro, y oscilantes luces y sombras [...] ¡Mirad y disfrutad, y dejad que vuestra afición al espectáculo os sumerja a través de la confianza más fraternal!”
Dijo Art Spiegelman, autor de Maus, que la obra gráfica de Masereel era “una parte secreta de los cómics”. Podemos congratularnos a día de hoy de que esta sea ya una cita felizmente llamada a desaparecer de las tapas de sus libros. El secreto ha sido desvelado.
     
     
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