martes, 26 de febrero de 2013

Lorenza Foschini recrea en ‘El abrigo de Proust’ (Impedimenta) la apasionante recuperación de los efectos personales del autor de ‘En busca del tiempo perdido’



El abrigo de Proust.
Lorenza Foschini.
Traducción de Hugo Beccacece.
Formato: Rústica: 13x20 cm.
144 páginas.
PVP: 17,95€.
Fecha de publicación: febrero de 2013.

Cinco años después de que la pequeña editorial italiana Portaparole publicara esta obra, y tras dar el salto en Italia a través de Mondadori, el público en español puede disfrutar ya de este gran éxito internacional que es la crónica de una obsesión literaria centrada en uno de los más grandes escritores del siglo XX.

La napolitana Lorenza Foschini, periodista y presentadora de la RAI, además de traductora, con Daria Galateria, de diversos inéditos del autor de En busca del tiempo perdido (publicados con el título Ritorno a Guermantes) es la responsable de firmar un texto que, como ella nos anuncia a modo de prólogo, “no es un relato imaginario”, más bien, en todo caso, como señalan desde Impedimenta –especializados en este fértil subgénero de las intrigas bibliófilas– es una historia que desvela uno de los misterios más extraños de la reciente historia de la literatura.

La trama de la obra es más o menos la siguiente. Jacques Guérin, cultivado magnate parisino de los perfumes, vive obsesionado por los libros y por los manuscritos raros. En 1929, aquejado de apendicitis, conoce por azar, al médico Robert Proust, hermano del célebre escritor, fallecido siete años atrás. Tras entablar relación con la familia del novelista, Guérin descubrirá que sus miembros, avergonzados por sus textos y por su homosexualidad (que se refleja de manera más que latente en su gran obra, particularmente en Sodoma y Gomorra), se proponen destruir todos sus cuadernos, sus cartas y sus manuscritos, y malvender sus muebles. De hecho, su cuñada, Marthe Dubois-Amiot, como un malvado personaje de Dickens, llegó a quemar algunas de sus pertenencias, muchos de sus “papeluchos”, deshaciéndose indiscriminadamente de otras tantas que, milagrosamente, serían salvadas. Así, poco a poco, a lo largo de décadas, y con ayuda de Werner, un ropavejero de aires filantrópicos, Guérin irá rescatando uno a uno los efectos personales del autor, entre los que figura la reliquia que había llegado a codiciar más que ninguna otra, la que da nombre precisamente a la obra: el viejo y harapiento abrigo de piel de nutria con el que solía vestirse, y que usaba como manta por las noches mientras escribía la Recherche tumbado en su cama.


“Todo lo que se consigna en él ocurrió en realidad –nos cuenta Foschini–. Los protagonistas de esta historia existieron de verdad, pero mientras reconstruía los pasajes, leía las cartas  y conocía más de cerca a las personas que habían participado en  ella, descubrí la importancia que revisten los detalles mínimos: los objetos sin valor, los muebles de gusto dudoso, hasta los viejos abrigos descosidos. Las cosas más comunes, de hecho, pueden revelar escenarios de inusitada pasión.”


Proust y su abrigo, vistos por Cocteau.
Cómo la propia autora llega a conocer toda esta historia, en qué momento empezó a tirar del hilo del que saldría toda la trama que desarrolla en la obra, resulta ya en sí mismo un hecho apasionante, que no puedo dejar de mencionar siquiera de pasada. En un artículo publicado en La Nación, con motivo de la aparición de la primera edición del libro en Italia, esto es, en 2008, la periodista contaba cómo, muchos años atrás, había conocido a Piero Tosi, responsable de vestuario de Luchino Visconti en algunos de sus principales filmes. “En cierto momento –le relata Foschini a su entrevistador, Hugo Beccacece, exacto, el responsable de la traducción que ahora presentamos–, me atreví a preguntarle por el proyecto frustrado de Visconti de filmar A la recherche du temps perdu. Me dijo que Luchino lo había mandado a París para buscar las locaciones de la película y para que hablara, entre otros, con Susy Mante-Proust, la sobrina de Marcel. Visconti había entablado conversaciones con medio mundo para llevar adelante la idea de esa adaptación, había tomado contacto con Laurence Olivier, Dustin Hoffman y hasta se decía que había llegado a interesar a Greta Garbo para el papel de reina de Nápoles. Tosi tenía, además, la misión de ubicar en París a los aristócratas que habían conocido a los modelos de los personajes proustianos, por ejemplo, a quienes habían inspirado a la duquesa de Guermantes y al barón de Charlus. Entre quienes le mencionaron como fuente de información, había un señor del que Tosi no recordaba el nombre, pero cuya tarjeta de visita -me aseguró- conservaba a pesar del tiempo transcurrido. Era un coleccionista que tenía objetos y manuscritos de Proust, Jacques Guérin. Tosi le pidió una cita y los dos se encontraron en la oficina de Guérin, que era propietario de una empresa de perfumes”.

De este modo, “la casualidad que une a los proustianos”, como señalaba en esta entrevista, sin olvidar, por supuesto, el trabajo duro, meticuloso y entusiasta realizado por la autora durante años, son los que nos ha permitido que hoy llegue a nuestras manos este “refinado misterio literario”, por utilizar palabras de su editor español, Enrique Redel, que contiene atractivos más que sobrados para atrapar, en su búsqueda de la memoria recobrada, entre sus redes al lector.

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