sábado, 6 de abril de 2013

OPINIÓN: Un libro de Sánchez Gordillo entra por la puerta




1

A las diez menos cuarto de la mañana un timbrazo me despierta. Es viernes. Pero podría ser martes o domingo. Laborable o feriado. Poco importa. La noche anterior nos acostamos tarde. Serían, como de costumbre, las tres y pico. MC había estado cosiendo, tejiendo puntada a puntada un porvenir que se resiste a ser enhebrado. Viéndola, nadie diría que pudiera haberse tirado toda la vida haciendo otra cosa. Yo, no sé. Supongo que estaría leyendo, escribiendo, estudiando. Viéndome, podría dar la sensación de que no sería capaz de hacer nada diferente. Lo malo es que casi es verdad, de que carezco de oficio y de beneficio y que, pese a todo, persisto como si a alguien le importara lo que tengo que decir, como si otros con más autoridad y magisterio no lo hubieran de decir mejor. Si es que ya no lo han hecho. Da igual. Tal vez sólo se trate de no pensar, de leyendo en español a alguna poetisa rusa, de sumiéndome en algún manual de geopolítica, de preparando un artículo, casi para consumo propio, sobre un novelista inglés o un poeta peruano, no dejar que la apatía me venza y esos bajones de los últimos tiempos se vayan haciendo más frecuentes, más prolongados, más espesos, hasta unirse. No, no pasará. Pero tampoco atiendo a la puerta. Insisten, pero siento un cansancio inmortal. Entre tinieblas pienso en si tengo algún libro pendiente de alguna editorial. El buzón es pequeño y ya se sabe. Además, en estos casos casi siempre hay que firmar. Pero, no me suena y, por si fuera poco, me duele la cabeza. Y lo peor es que ya sé que lo seguirá haciendo lo que resta de día.

Una hora más tarde nos levantamos. La casa está en calma. Siento a mi suegra moverse penosamente en su cuarto. Acaban de operarla del corazón. Pobre, pienso. La vida le vino torcida. Primero la infancia truncada por un “exilio interior” que tuvo muy poco de poético y la huida urgente del pueblo grande al pueblo chico sólo porque los “suyos” (si apenas tenía dieciocho meses cuando cayó Madrid) no habían ganado la guerra. Luego, la salud quebrantada. Una enfermedad tan crónica y adornada de achaques como esa viudez prematura que nada, ni los rebrotes de un amor encanecido, podrán sanar. Y claro, están la paga miserable, trabajar de lo que sea, limpiando, sirviendo, cocinando. Sin horario. A los cuarenta grados de julio y a las siete de la mañana como siete rayos helados, siete en todos los relojes pero más que ninguno en el suyo, mientras aguarda en la parada del autobús de un mes de febrero. Todo de mala manera y explotada y gracias. Sin vacaciones. Sin 1 de mayo. Y, cuando llega la hora de poner los huesos a reposar, del júbilo, entonces aún la vida le depara nuevas sorpresas. Pues qué se creía, señora. Ahora son su hija, que trabaja desde que tiene quince años y que todavía tuvo arrestos para sacarse en medio una carrera que a la postre no le serviría de nada, y su yerno comedor de libros con los que no se come: sus niños. Ellos y lo que dice cada día esa señorita del telediario. Son los tres frente al espejo de las tres. Y ella, que invirtió su casa en una casa mejor, cuando vivir con tus posibilidades no era aún vivir por encima de tus posibilidades, no lo dice pero lo piensa. No dice dónde irán. Ni qué pasará el día en que ya no esté yo aquí para tirar con mi paga de supervivencia del carro. Pero lo piensa.

Maldita sea, rumio, antes de sacar a los perros, hay quien sólo parece tener derecho a cumplir inviernos.

2

A la vuelta, cojo mi móvil antediluviano, ese mismo que casi nunca suena pero que miro de vez en cuando, cada vez más esporádicamente, porque es el que figura en mi currículo, ese que cada vez actualizo con menos frecuencia. Entonces veo que hay un mensaje. Más aún, veo que no es un mensaje de Vodafone, sino de una empresa de paquetería. Maldigo. Sabía que tenía que haberme levantado. Ahora me va a tocar ir a mí a por él y, aunque me pilla cerca de casa, ya es casi mediodía, no he hecho nada, y además, hoy precisamente me toca a mí preparar el almuerzo.

Al ver el sobre me sorprende su remitente. Editorial La Serranía. Me sorprende porque no me casa, como el paquete deja traslucir, que dentro haya únicamente un libro. La Serranía es un pequeño sello con sede en Ronda especializado en guías de senderismo, libros de naturaleza y obras de temática local. Trabajan mucho y sorprendentemente bien y desde hace un par de meses colaboramos con ellos. O ellos colaboran con nosotros, más bien. A través de una amiga de Facebook que se está portando como una amiga de verdad de MC, se enteraron de que no estábamos pasando una buena racha y nos ofrecieron la posibilidad de vender sus libros y sacarnos unos euros. De hecho, hace poco recibimos una caja con sus títulos, de ahí que la inesperada llegada ahora de un único volumen no pudiera menos que llamarme la atención. Al llegar a casa le extiendo a MC el paquete. No sé por qué no lo abro yo. Disfruto como un niño cada vez que llega un sobre con el logotipo de una editorial. En esos instantes el perro de Pavlov a mi lado tiene la garganta seca. Pero el caso es que prefiero que ella despeje la incógnita. Instantes después emerge del sobre acolchado la portada de un libro de Juan Manuel Sánchez Gordillo, lo que provoca que nuestra sorpresa se acreciente aún más, porque, para mayor confusión, no se trata de un título editado por La Serranía. Extrañados, nos miramos y pensamos a la vez en J., el contacto de MC, que es, además de Marinaleda. Después, MC abre el libro y ve que en su primera página hay una dedicatoria. Escrita con pulso febril, cargada de grandes palabras (sueño, libertad, igualdad…), ocupa toda la página. Su autor, lo imaginan, es JMSG.

MC no tarda en emocionarse. Ella es la destinataria de esas líneas vibrantes. Sus ojos se llenan de lágrimas. Y yo, viéndola, a poco estoy de seguir su ejemplo. Está feliz. Yo también. De eso se trataba, ¿no?
Qué difícil, pienso, resulta casi siempre lo fácil.

3

Juan Manuel Sánchez Gordillo ha sido un protagonista destacado de nuestras tertulias domésticas en los últimos meses, especialmente después del célebre suceso con los carritos de supermercado. Desde un primer momento censuré aquellas acciones del SAT. No lo veía. Así no. Me negaba a aceptar que a estas alturas, en estas latitudes tomar fincas y asaltar supermercados fuese solución alguna. Tanto ímpetu puse en sostener mis argumentos durante aquellos días en que el alcalde de Marinaleda copaba los titulares de la prensa española que en algún momento estuve incluso a punto de convencer a MC. Aunque ahora tiendo a pensar que simplemente me daba la razón como a los locos. Por no herirme. Sí. Creo que sabía lo que pasaba por mi cabeza. Que aquel treintañero sin trabajo al que sólo le quedaban algunas asignaturas para terminar Ciencias Políticas aún no estaba preparado para aceptar, pese a haber pasado por momentos duros, pese a haber tratado con una representativa muestra de desalmados a lo largo de su vida, pese a su falta de perspectivas, que el sistema no se iba a regenerar por sí sólo como por arte de magia, que la nuestra no sólo era una democracia enferma en un país enfermo. Sino una democracia enferma en un país enfermo grave.

Durante un tiempo dejamos incluso de hablar de Sánchez Gordillo y su causa. Nos hacía demasiado daño a los dos. Instintivamente nos dábamos cuenta de que Marinaleda era un símbolo que convenía no tocar demasiado a riesgo de que el oro acabase pegado a nuestras manos. Y quien dice oro aquí en el sur, dice tierra. Dice campo, dice sudor y sufrimiento y hambre. Sí, era mejor no recordar, fingir que todo no había sido sino un mal sueño. Que nunca había existido un tiempo, durante la “gloriosa” transición, en que los de siempre amedrentaban a los de siempre, en el que los de extrema derecha se cebaban con los de “extrema necesidad”, como dice MC, quemando banderas de Andalucía y arrancando los árboles que los vecinos de aquel pueblo proscrito habían plantado de forma voluntaria. Todo por el miedo a perder sus privilegios. Todo por cosas como cambiar el nombre de una plaza que a partir de entonces, en vez de llamarse de España pasaría simplemente a ser del Pueblo. Ahora lo recuerdo. Sobre este punto el periodista Antonio Ramos Espejo, que durante aquellos años siguió informativamente la “revolución” de Marinaleda, recogió en 1979, un año antes de la gran huelga de hambre que protagonizaron más de setecientos vecinos del municipio reivindicando tierra e inversiones (también durante aquellos diez días el gobernador civil de Sevilla creyó innecesario interrumpir sus vacaciones), unas declaraciones de Sánchez Gordillo que a día de hoy resultan de una casi inverosímil vigencia: 

“No le dimos importancia. No creo que a España se la ofenda por el cambio de un rótulo; a España se la maltrata cuando se evade capital a Suiza; a España la ofenden los especuladores, cuando se tiene a los pueblos en paro. A la Patria se la ofende cuando se condena a un pueblo al paro y la represión. Nosotros no nos sentimos antiespañoles; al contrario. España no es de unos cuantos. A nosotros nos gustaría que se nos pusiera en una balanza y se comprobara quiénes son más españoles o más patriotas: aquellos que la defienden sólo en los rótulos o los que la trabajamos”.

Paro y represión. Patria y Suiza. ¿Les suena?

El sufrimiento de una tierra esquilmada desde que los fenicios y otros pueblos prerromanos descubrieron que al oeste de la península se encontraban algunos de los yacimientos minerales más importantes del Mediterráneo y que, sin embargo, pese al milenario expolio, siempre ha sido tierra de acogida. Cuando en los años 60 muchos andaluces se echaban a la emigración, Andalucía todavía tuvo sitio para que un murciano, mi padre, viniese aquí a trabajar y terminara echando raíces. Pero no hace falta acudir a los libros de historia ni irse demasiado lejos. Todavía hoy ese andaluz gallardo que se da golpes en el pecho haciendo profesión de fe blanca y verde se empequeñece a poco que lo miren de una manera tan sólo un poco atravesada. Conocemos esa mirada. Y esas dos palabras lacerantes: “qué gracioso”. Esto por sí sólo explicaría por qué dentro de la división mundial del carácter no hemos tenido más remedio que explotar la comicidad, a veces hasta el paroxismo, la caricatura, la autoparodia. Porque la verdad es que, aún hoy, en el sur, en determinados ámbitos sociales y laborales, tener acento de Ciudad Real equivale a un máster. O como mínimo a una licenciatura. Al fin y al cabo esto último puedes endosártelo por la cara en tu perfil de facebook, pero el acento, miarma, eso ya es otra cosa. Lo digo yo, que soy medio barrigaverde.

Por eso aquí el nacionalismo no encuentra suelo en el que florecer. Los andaluces podemos ser todos lo nuestros que queramos, pero se nos va la fuerza por la boca, por los chistes, por las palmas, por todo aquello que hace que queramos que todo lo bueno que hay en el mundo tenga el sello A de calidad certificada. Porque si el ombligo del andaluz es ancho, es precisamente para poder mirar mejor lo que hay al otro lado. Tal vez sea esta la única cosa buena que haya tenido nuestro proverbial retraso económico. El que no hayamos podido generar unas clases medias lo suficientemente asentadas como para caer en la tentación de volverse paranoicas. No es una cuestión de identidad ni, por supuesto, de historia, y resulta hasta ofensivo el tener alguna vez que recordar esto: la Bética, Al Andalus, en fin. Tampoco es por falta de motivos, pues probablemente no haya habido un territorio más perjudicado desde tiempos de los Reyes Católicos por el centralismo, por Madrid, como dicen algunos, que el nuestro. Es que sencillamente el andaluz sería feliz si España directamente se llamara Andalucía pero no está dispuesto a dar un golpe en una pelea por trazar una línea imaginaria en torno a Despeñaperros. Y menos ahora, cuando se llega sin sentir por carretera a La Mancha. Menos aún, por reconquistar la soberanía sobre Gibraltar, una colonia que de haber estado ubicada en cualquier otra autonomía haría décadas que sería española. Pero qué se puede esperar de una nación que tiene por himno un canto anarquista.

Todo esto, claro está, permanece incrustado dentro de una idiosincrasia largamente sedimentada, que lleva a los ciudadanos andaluces a preferir ser robados por los socialistas que a permitir que el turno, como en el resto del Estado, se afiance. Lo raro es que los eunucos mentales que dirigen el Partido Popular por estos pagos aún no se hayan enterado. De que no es cuestión de régimen, ni de nepotismo, ni de prebendas, que de todo eso hay en cantidades exportables. Sino de un simple cálculo probabilístico que lleva al andaluz medio a sentir que siempre tendrá más opciones de que caiga un trozo de pan de la mesa de un socialista, por muy piojo revivío que éste sea, a que lo haga del capó del patrol de uno de los rutilantes líderes de la derecha, por muy radicalmente de centro que se hayan vuelto. Digo que no se han dado cuenta porque de lo contrario hace tiempo que habrían dejado de salir en público con cazadora, porque ellos son también muy campechanos, y mirarían a su audiencia bajando diez grados la cabeza. 

4

El mérito del SAT en toda esta historia es que conoce demasiado bien cómo late su pueblo. Cómo la indolencia, la resignación, la indigencia material y la inducida ignorancia, han calado hondo en unos surcos en los que no crece ya nada. Llevan, además, tanto tiempo en la brega que están demasiado acostumbrados a que a las primeras de cambio les echen encima a la guardia civil y al ministerio del Interior y a los jueces y a la prensa oficialista. Hoy como hace más de treinta años vuelven a ser tildados de terroristas. Sólo hay que cambiar el nombre de la cabecera y poner La Razón donde antaño era El Alcázar. El ABC, eso sí, se mantiene fiel a su estilo. No hay que alterar el orden, nada de molestar a los bancos ni a las grandes empresas. La siesta del hijo de un diputado vale más que ocho millones de hambrientos, que cientos de miles de deshauciados. Hace unos meses no quise verlo. Pero, aunque tarde, me voy dando cuenta. Sí, me doy cuenta de que de nada o muy poco ha servido nuestra obediencia, nuestra fe en el sistema. “No, es que cualquier crío se metía a trabajar a la obra a ganar dos mil euros al mes y dejaba los estudios sin terminar”, dicen los entendidos. ¿Así de sencillo? ¿Y qué tenían que haber hecho don Cayetano? Ah, ya. Aprender idiomas, estudiar informática o ingeniería, masterizarse y terminar aprendiendo a extender en su dosis justa la salsa barbacoa en un Burger King de Hamburgo. No, está claro que para ese viaje no hacían falta alforjas, pues si hasta ahora teníamos la sospecha de que la palabra de la mayoría de nuestros dirigentes no significaba mucho, hemos pasado a alcanzar prácticamente la certeza de que equivale a nada. De qué nos ha servido portarnos bien si vemos cada día cómo mientras se persigue con saña a las Colau, los Cañamero o los Sánchez Gordillo, los mayores delincuentes del país desfilan con suficiencia como por una pasarela. Tiene gracia. Creemos de pronto que la justicia es igual para todos porque han imputado a una infanta de España. Como si no acabáramos de ver no hace tres días cómo se producían indultos indecentes; como si no tuviéramos noticia a diario de cómo tales o cuales delitos, vaya por Dios, han prescrito; como si no tuviésemos que soportar a una caterva de rufianes insultándonos hora tras hora con sus desplantes, mentiras e insidias. “No, qué va, cómo iba a saber yo que ese íntimo amigo mío era un contrabandista. Yo mismo con mis propios ojos le vi comprar una cajetilla de Marlboro del estanco”. Como si usted o yo pudiésemos tener de abogados en nuestra causa a un Catedrático de Derecho y a un “padre” de la Constitución.

Sí, de qué nos ha servido a MC y a mí portarnos bien, intentar comportarnos como ciudadanos ejemplares, esforzarnos por alcanzar una formación a la altura de los tiempos, ser pacientes con la empresa que te emplaza a un futuro de prosperidad antes de dejarte en la estacada. ¿Para tener que aprender a escuchar oh, tú vales mucho, oh, tú no te mueres de hambre, oh, tú verás cómo sales adelante? ¿Y eso cuándo? Mañana, mañana, mañana. ¿Cuántos miles de andaluces oyen esto a diario? ¿Y en España? ¿Cuántos languidecen sin saber qué hacer, reuniendo méritos para obtener el único título que les falta, el que nunca aspiraron a poseer? El de buscavidas. Porque eso es en definitiva lo que somos. No jugamos al billar pero cada nuevo amanecer tiramos los dados con la esperanza, los que tienen esa posibilidad, de no tener que recurrir al comodín de la familia, cuyo apoyo, en nuestro caso, no hemos dejado de sentir. A veces, en momentos de flaqueza, no podemos evitar pensar: si me hubiera pegado un poco más a tal este, si me hubiera arrimado algo más a aquel otro. Parecía que sólo estaban esperando a que se lo pidieras. Pero uno tiene la manía de doblar mal el espinazo para según qué cosas y entonces llega un viernes el libro de Sánchez Gordillo y todos esos pensamiento afloran de golpe. Pienso entonces si el destino de esta tierra no es sino un constante estar amagados, sobre el campo ajeno, sobre el barril de cerveza que habrán de saborear casi siempre otros, sobre la poltrona del señorito de turno: el terrateniente, el diputado, el concejal. Y leo la dedicatoria que JMSG le escribe a MC, y leo la frase que abre el volumen (“A todo el que da la cara por el pueblo y no lo venden ni los sillones ni los fusiles”) y veo las imágenes de las asambleas, de los paros, de los encierros, y algo se me remueve por dentro, aunque no sepa aún muy bien cómo canalizar todo este aluvión de sensaciones.

Sólo sé que no claudicaremos. Que intentaremos ponerle al mal tiempo buena cara. Además, qué remedio, si parece que nos esté barriendo el monzón.

También sé que le debemos una visita a Marinaleda.
Y dos besos a J. Por el regalo. Por la treta de hacernos llegar el libro a través de la editorial del amigo para que no desvelásemos la sorpresa antes de tiempo. Por el apoyo.
Y, por supuesto, sé qué leeré con todo el respeto que su autor se ha ganado Andaluces, levantaos, editado ahora de nuevo, 33 años después, no ya como un mero documento histórico, recuerdo de una época felizmente superada, sino casi como un manifiesto que trata de proyectar su luz sobre el futuro.

Aunque temo que para esto último tendré que esperar. Hay cola. Está MC. Y mi suegra, que nada más verlo, se lo ha pedido. Y en esta casa está claro que el que viene por la izquierda tiene preferencia.


2 comentarios:

  1. ya el acto de rebeldia de dar preferencia de paso a "lo que viene por la izquierda" constituye una deliciosa infraccion del codigo "moral"...magnifico articulo...solidaria empatia...

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  2. Muchas gracias por dejarse caer por aquí, por tomarse la molestia de leer un artículo tan personal y, cómo no, por el reconfortante comentario.
    Un abrazo
    E.L.

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